miércoles, 27 de febrero de 2013

O meu avó



Abuelo nació el 25 de agosto de 1925, en una aldea gallega de cuyo nombre, aunque puedo acordarme, no sé la ortografía correcta: Brocermo lo llamaba él. Era un hijo bastardo y apenas a unos meses de nacido su mamá se fue a América y lo dejó con la abuela Dolores.
No sé cuántas veces me contó de su niñez pero jamás me aburrieron sus historias. Casi puedo recordar la casa de piedra como si hubiera estado ahí: los corrales estaban adentro y justo al lado la alcoba, una especie de cama empotrada en la pared donde dormía el abuelo y que me provocaba pensamientos claustrofóbicos. Después de escucharlo podía abrir las puertas del patio y oler ese paisaje tan distinto al mío que había logrado dibujarme, lleno de berzas, perales, manzanos, castaños, nogales, avellanos; podía, incluso, saborear el vino de moras de Dolores.
Me contó que cruzaba un río para ir a Cospeito, el pueblito cercano donde estaban la escuela y la iglesia. Al regresar casi siempre terminaba castigado porque llegaba a la casa magullado de las peleas con los muchachos que le llamaba bastardo.
En invierno odiaba bañarse y la abuela lo obligaba a sentarse en la palangana para estrujarle la espalda con gajos, no sé de qué planta, ahí ya la memoria no me alcanza.
Cuando “la cosa se puso mala”: la abuela vieja y enferma, las tierras produciendo poco, el dinero y la comida escaseando y él tenía sólo diez años, lo embarcaron en el barco inglés Reina del Pacífico que salía del puerto de A Coruña rumbo a Cuba. Llevaba un suéter tejido por la abuela y… más nada, ni papeles, como casi todos. A menudo me repetía lo que el tío Manuel, que viajaba con él, le dijo refiriéndose al nuevo estilo de vida: “mijo, ‘tamos’ embarcados, porque Cuba es paraíso de mujeres y vacas e infierno de hombres y toros”.
Después de 12 días el barco llegó a La Habana, el 2 de julio de 1936, unos 15 días antes de que comenzara la Guerra Civil en España. Allá en Cuba viviría en Santa Isabel de las Lajas, conocería a Benny Moré, se iría a Camagüey…, pero esa ya es otra historia completamente distinta.
Un día descubrí los libros del escritor gallego Xosé Neira Vilas y fue como revivir esas memorias. Busqué una novela tras otra por ese placer de ver más o menos plasmadas las historias que había escuchado.Aquellos años de Moncho (Aqueles anos do Moncho), Memorias de un niño campesino (Memorias dun neno labrego) o Historias de emigrantes, entre un montón más de obras son las historias de mi abuelo y de todos los inmigrantes gallegos, sus evocaciones de la pequeña patria, de esa geografía íntima impresa para siempre en los genes, la morriña…
Quizás por una circunstancia genética heredé el sino del inmigrante y en días como hoy me entra la morriña. Entonces comprendo esa necesidad de recordar, de perpetuar esas imágenes que conforman el universo personal, el hogar primero, el principio del mundo. Abuelo nunca regresó a la aldea pero me convirtió en una prolongación de su memoria y Neira Vilas inmortalizó su pequeña aldea de Gres a través de su obra literaria. Yo… escribo sobre abuelo mientras paladeo mi café cubano.

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